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Llevo un par de días observando la misma planta y empiezo a reconocer sus ciclos de sueño. Atender a ella me ha cuestionado mucho mi labor y las técnicas que estamos usando. También siento que sueña conmigo y que hay cierto parecido entre mi cabeza y su tallo. 

 

Creo que en la búsqueda por nombrar, organizar y describir lo que veo, el lenguaje y las cosas se están volviendo fijas. Cuando intento describir la noche, por ejemplo, lo vuelvo solo un escenario brumoso y oscuro en el que se opacan los reptiles, planctons, estrellas fugaces, luciérnagas, cocodrilos rosados, linternas, pantallas y otra gran diversidad de luces y reverberaciones. Se me olvida el ciclo de la marea y su conexión con el vientre materno; se dispersan las relaciones entre las cosechas y el cuerpo humano. Percibo como romántico el recuerdo del bosque y sus vidas pasadas: un anhelo de algo que puede que ni haya sucedido, que no puedo del todo describir pero que vuelve a mi llenando el lenguaje con pelos de gato. ¿Cómo serían las palabras si nos guiamos solo por lo que escuchamos? ¿Qué decir o dibujar de las plantas que crecen en silencio? ¿Qué estoy buscando ahora en medio de este viaje? ¿Qué corresponde hacer en este proceso frágil y estomacal que está revolviendo las heridas de lo nombrado, de todo lo que ha sido fijado?

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Llevo un par de días observando la misma planta y empiezo a reconocer sus ciclos de sueño. Atender a ella me ha cuestionado mucho mi labor y las técnicas que estamos usando. También siento que sueña conmigo y que hay cierto parecido entre mi cabeza y su tallo. 

 

Creo que en la búsqueda por nombrar, organizar y describir lo que veo, el lenguaje y las cosas se están volviendo fijas. Cuando intento describir la noche, por ejemplo, lo vuelvo solo un escenario brumoso y oscuro en el que se opacan los reptiles, planctons, estrellas fugaces, luciérnagas, cocodrilos rosados, linternas, pantallas y otra gran diversidad de luces y reverberaciones. Se me olvida el ciclo de la marea y su conexión con el vientre materno; se dispersan las relaciones entre las cosechas y el cuerpo humano. Percibo como romántico el recuerdo del bosque y sus vidas pasadas: un anhelo de algo que puede que ni haya sucedido, que no puedo del todo describir pero que vuelve a mi llenando el lenguaje con pelos de gato. ¿Cómo serían las palabras si nos guiamos solo por lo que escuchamos? ¿Qué decir o dibujar de las plantas que crecen en silencio? ¿Qué estoy buscando ahora en medio de este viaje? ¿Qué corresponde hacer en este proceso frágil y estomacal que está revolviendo las heridas de lo nombrado, de todo lo que ha sido fijado?

Captura de Pantalla 2024-02-16 a la(s) 1

Llevo un par de días observando la misma planta y empiezo a reconocer sus ciclos de sueño. Atender a ella me ha cuestionado mucho mi labor y las técnicas que estamos usando. 

 

Creo que en la búsqueda por nombrar, organizar y describir lo que veo, el lenguaje y las cosas se están volviendo fijas. Cuando intento describir la noche, por ejemplo, las palabras la vuelven un escenario brumoso y oscuro en el que se opacan los reptiles, planctons, estrellas fugaces, luciérnagas, cocodrilos rosados, linternas, pantallas y otra gran diversidad de luces y reverberaciones. Percibo como romántico el recuerdo del bosque y sus vidas pasadas: un anhelo que no puedo del todo describir pero que vuelve a mí llenando el lenguaje con pelos de gato. ¿Cómo dibujar los ritmos de las plantas creciendo? ¿Qué estoy buscando en este viaje? ¿Qué corresponde hacer en este proceso frágil y estomacal que está revolviendo las heridas de lo nombrado, de todo lo que ha sido fijado?

> Diagrama de los ciclos de sueño. Al final del último estadio, la larva sale del agua trepando sobre la vegetación acuática o simplemente subiéndose a las piedras de la orilla, para realizar su última muda. Este momento se denomina “emergencia”.

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Hacerme estas preguntas me recuerdan al anciano que conocí en la montaña. Me encantaría decir que tenía un colmillo dorado en la frente y que dijo que mis manos olían a piel de sapo quemado, pero no, era simplemente un anciano. Nos encontramos caminando en direcciones opuestas. Recuerdo que en lenguaje nasa existe la palabra PU’TJENG para referirse al encuentro con alguien que viene del rumbo opuesto. Y yo pienso: “PU’TJENG anciano, PU’TJENG”. Como quien celebra la coincidencia de ese punto exacto en el que nos cruzamos, sintiendo la tranquilidad de que existe una palabra que no solo diga: “Me encontré a…” o “Me crucé con…” sino que también dibuje las direcciones de las que venimos y reconozca ese punto diminuto en el que cambian. PU’TJENG, abuelo, PU’TJENG.

Cada uno siguió caminando y nos espejiamos los rastros. Me creció un colmillo dorado en los dedos que luego sirvió para darle de comer a un sapo incendiado que se posó sobre mi mano. PU’TJENG, abuelo sapo, PU’TJENG.

¿Me creerías cuando te digo que mis manos no tienen solo las formas de las manos? ¿Que los colmillos dorados no brillan en la noche pero igual pueden verse de lejos? Que el anciano guarda mi nombre y yo el de él y que otro día quizás nos encontremos de nuevo en rumbos que no sabremos dibujar como opuestos ni complementarios pero PU’TJENG.

PU’TJENG el animal que dejó su colmillo, PU’TJENG las semillas que brotaron hacia abajo, PU’TJENG los mosquitos revoloteando, PU’TJENG la piel colmillo con olor a sapo quemado en mi mano, PU’TJENG yo sapo abuelo sapo y PU’TJENG los dos cruzando en caminos opuestos. PU’TJENG los dos sapos como colmillos PU’TJENG su piel y la mía como PU’TJENG, ancianos PU’TJENG. 

También recuerdo al anciano porque su camino y el mio se parecen al río. A varios ríos porque río no hay solo uno, sino que está vivo y crece. Y pienso que hay muchos lenguajes fijados que interfirieron en el rumbo del agua, en las raíces de los árboles. Lenguajes que separan la curiosidad de los ritmos de la selva, del desierto, de las plantas y las piedras. Se supone que mi labor es observar como en viajes anteriores. Pero yo pienso en el anciano y en su caminar tan relacionado con el mío y me pregunto cuál será el anciano de la planta que estoy observando. Cómo incluir en mi relato, o en mi dibujo, o en cualquier otro tipo de registro, el otro rumbo de la planta que quizás solo puede saberlo ella, o su raíz, u otras plantas con las que se haya cruzado. Pienso en decirle PU’TJENG planta y acabar con este viaje.

Que siga creciendo o se muera alguna noche en la que un sapo se pose sobre ella y se la coma o la envenene con su piel.

PU’TJENG sapo que ahora tienes la piel verde como la planta que no puedo dejar de mirar desde que me cruce con el anciano que venía caminando justo en el rumbo opuesto al mío. PU’TJENG abuelo planta, PU’TJENG piel verde de sapo envenenado y PU’TJENG. 

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Me quedo un buen rato viéndola e imagino en un mismo plano los dibujos que he visto de su anatomía y las imágenes microscópicas de su interior. Pienso en que esta planta no es solo el cuerpo dibujado entre los límites que separan sus hojas, tallos, flores, interiores y exteriores.   Visualizo también los especímenes quebradizos que resultaban de transportar los dibujos en barco. Y pienso que la tierra también sabe dibujar palabras, que el papel es PU’TJENG del viento y el viento PU’TJENG de la planta y la planta PUTJENG de mi cuerpo. Todos agrumados en una cosa verde y ruidosa que huele ahora a sapo quemado.

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